El desván de un anticuario. Arturo Michelena (1893)

martes, 8 de febrero de 2011

Sogno

Villa Monzeglio. Antonio Montini Folchi, 1953 (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana)

Apreciado Don Arístides:

En la Sabana Grande de hacia 1946, en la esquina de la Calle Las Flores, se abrió una vez una tienda de víveres muy distinta de todas las demás. Era la primera en vender ultramarinos gastronómicos en toda la ciudad. Un matrimonio de inmigrantes italianos estaba importando desde todas las regiones de la península toda suerte de delicias: salami, mortadella, vinos, pastas, dulces, quesos. La clientela crecía. La fama de los Monzeglio se acrecentaba. Su fortuna aumentaba entre hornos, levadura y pasta de almendras.

El S. Monzeglio adoraba a su mujer. Ella era quien cuidaba del equilibrio de la frescura de los víveres, y por ende, del prestigio del local. Si la mozzarella se ponía demasiado blanda, si el aceite de oliva se hacía demasiado turbio, si el mazapán amanecía sospechosamente tieso, allí estaba la Sra. Monzeglio con sus dulces manos inmaculadas.

El le dijo, "Un día te construiré una villa como la que nunca soñaste tener." Ella sonreía, y cambiaba las bandejas de antipasti. "Una villa que demuestre con su arquitectura lo que hacemos en Italia." Ella asentía, nerviosa, y frenaba el hervor del café en la gigantesca máquina de espresso automática. "Etérea, como la grappa." Ella, sin mirarlo, probaba la pannacotta. "Ligera, como la pannacotta." Gruñía, -la pannacotta estaba ácida-. "Blanca," agregó el S. Monzeglio, "como el mascarpone." La Sra. Monzeglio empezaba a temblar. "Bella, firme y valerosa, como la pastaciutta en el aire..." (sus espléndidas manos vacilando entre la harina) "...cruda, airosa, ténsil, ¡Una escultura justo antes de lanzarse al vacío!"


Villa Monzeglio (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana)

La escultura en cuestión estaba así una mañana tomando forma tras el mostrador pletórico de Da Monzeglio, cuando apareció por la puerta del negocio un ingeniero. Buscaba el café del desayuno. Era un parroquiano del que se decía que era experto en precipicios, muros de contención, voladizos de concreto, y cosas por el estilo de la época. El S. Monzeglio le obsequió con lo que podía. Y no era poco, con lo que podía.

Entre sorbos de café y bocados de pan dulce le susurró suplicante: "Dottore, yo lo necesito. Yo cocino -usted calcula las cantidades. Yo pongo el sueño, usted la argucia." Mas el doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas no se inmutaba. ¿Con qué podría soñar este italiano? Monzeglio se impacientó. Desde la mesa del ingeniero, inesperadamente se alzó de un salto para gritarle a su mujer: "¡Ehhh...! ¡Cuéntale tú del terreno! ¡Cuéntale cómo es de inclinado, como si fuera la Liguria! ¡Cuéntale al Dottore del precipicio! ¡Dile si miento cuando digo que es el terreno más retador de Caracas! ¡Pregúntale si su ciencia se atreve con ese barranco!" Y éste y ella se miraron, cruzando una interrogación muda a través del local repleto de comensales. Hubo un silencio. El Dottore y la Signora habían entendido que ya nada le impediría a Monzeglio construir su sueño.

Villa Monzeglio (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana)

"Abre la puerta, mujer." Ella no se movía. "Abrela." Tras el mostrador, en ese pequeño rincón oscuro y conocido, había cocinado un pequeño universo durante demasiados años. Cuando subía la santamaría y abría la tienda al amanecer estaba entre los agrestes campos de trufas de Alba. Se arremangaba las enaguas y al éstas llenársele de un pegajoso aroma dulzón, sentía a las uvas ya pasas colgando de las pérgolas de Tiranto. Brillando tras las vitrinas veía extenderse en la calle los valles de trigo del Piemonte; los corrales de San Daniele colgaban del techo en cada jamón sobre su cabeza mientras que los frascos de caramelos le refractaban todas las cosas, las caras de los clientes, la luz de la tarde, los carros pasando, los vendedores ambulantes. Entre sus vidrios ella se asomaba a la vida... era natural que ahora no quisiera asomarse a otra vida. Frente a la puerta erizada de nerviosos arabescos de hierro, sentía vértigo como frente a un abismo.

"Entra, te lo ruego," la empujó dulcemente su marido. De la mano la llevaría. La izaría. "No abras los ojos." Del piso principal a la derecha, escaleras arriba, directo hasta el piano nobile. "Arriba, arriba." Los entrepisos eran los de un palacio urbano. Altos, altísimos. Los escalones parecían no terminar jamás. El vitral de la escalera, atravesando raudo todos los descansos, hacía sentir la verticalidad aún más dolorosa. "Aún no." En el piano nobile las estancias tenían una escala asombrosa. Tríos de escalones intentaban rebajar la magna escala de las habitaciones. Los baños tenían las piezas en cada ángulo, para disculpar en algo su inmensidad, mientras que las ventanas, dándole la espalda a las esquinas, se tragaban el paisaje de las colinas. Espejos cruzados de diagonales quebraban los ámbitos en geometrías esmeriladas; plafones surcados de neones dirigían las miradas y los sentidos hacia el vacío. En un alocado juego de formas cúbicas entrecruzadas, la tensión dinámica del espacio lo arrastraba todo hacia el balcón principal, supremo protagonista, palcoscenico, a nueve metros suspendido en voladizo sobre el talud de la vertiente. "Aún no, amor mío, aún no." Y el S. Monzeglio tiraba de las manos blancas de su amada, blancas como el mascarpone, blancas como la fior di latte, blancas como la villa que había construido sólo para ella: "¡Ahora!"

Y ella los abrió. Y vió cómo se abría también a sus pies el vacío enorme del valle de Caracas. Lanzando un grito desgarrado de pavor, se desprendió de los brazos de Monzeglio, y, corriendo enloquecida, desapareció, huyendo escaleras abajo, para siempre.


Para siempre, don Arístides!
señora Gómez

Listen to La colonna musicale
-Domenico Modugno. Volare (1958)

Dear Don Arístides:


In the Calle Real de Sabana Grande, around 1946, with the corner of Calle Las Flores, once opened a grocery store very different from all the others: it was the first to sell delicatessen in the city. A married couple of Italian immigrants was importing from all regions of the Peninsula all sorts of delicacies: salami, mortadella, wines, pasta, sweets, cheeses. The clientele grew. The Monzeglio´s fame was increasing. Their wealth augmented among ovens, yeast and almond paste.

S. Monzeglio adored his wife. She was the one who took care for the balance of freshness, and therefore, for the place´s prestige. If the mozzarella turned too soft, if the olive oil became too gloomy, if the marzipan got up too rigid in the morning, there was Sra. Monzeglio with her sweet, immaculated hands.

He said to her, "One day I will build a villa like one you never dreamt of having." She smiled, and changed the antipasti trays. "A villa that with its architecture demonstrates what we do in Italy." She asented, nervous, and slowed coffee´s boiling in the huge automatic
espresso machine. "Ethereal, like grappa." Without watching him, she tasted the panacotta. "Light, like panacotta." She grunged, -the panacotta was sour-. "White," added S. Monzeglio, "like mascarpone." Sra. Monzeglio started to shiver. "Beautiful, firm and brave, like pastaciutta in the air..." (Her splendid hands hesitated within the flour) "...raw, flowing, tensile. An sculpture right before jumping into void!"

The sculpture was thus one morning taking shape behind the plenteous counter at Da Monzeglio, when an engineer showed up at the store´s doorstep. He searched for morning coffee. He was a neighbor of whom they said was an expert in precipices, contention walls, concrete cantilevers, and things of the like from the epoch´s style. S. Monzeglio offered him everything he could. And it wasn´t little, what he could offer.

Between coffee sips and sweet bread bites he begged him, whispering: "
Dottore, I need you. I cook -you calculate the quantities. I put the dream, you the wisdom". But the Physical Sciences and Mathematics Doctor didn´t even blink. What could this Italian man dream about? Monzeglio lost his patience. From the engineer´s table, he jumped unexpectedly to shout to his woman: "Ehhh...! You tell him about the land! Tell him how it is steep, as if it was on Liguria! Tell the Dottore about the precipice! Say if I lie when I say that it is the most defiant piece of land in Caracas! Ask him if his science dares with this ridge!" ...And he and she looked at each other, sharing a mute interrogation across the recinct full of customers. There was a silence. The Dottore and the Signora had understood that nothing would really stop Monzeglio from building his dream.
"Open the door, woman." She didn´t move. "Open it." Behind the counter, in that small, dark and familiar corner, she had cooked a small universe for too many years. When she pushed up the chain-link fence and opened the store at dawn she was among the wild truffle fields of Alba. She rolled up her robes and when they were filled with a sticky and rather sugary aroma, she felt grapes already as prunes hanging from Tiranto pergolas. Shining behind the windows she saw the Piemonte´s wheat valleys extending on the street; the fences of San Daniele hanged from the roof in each jam over her head, while candy jugs refracted all things, the client´s faces, the afternoon light, the cars passing by, the street vendors. Between their glasses she took a glance into life... it was natural that now she didn´t want to sneak into another life. In front of the nervous-arabesques-scattered iron door, she felt vertigo as if in front of an abyss.

"Come in, I beg you", sweetly pushed her husband. By the hand he would take her. He would raise her. "Don
´t open your eyes." From the main floor to the right, stairs up, directly to the piano nobile. "Up, up." The ceiling heights inside were those of an urban palace. High, very high. The steps never seemed to end. The staircase´s stained-glass window, going fierce through all levels, made the sense of verticality even more painful. "Not yet." In the piano nobile the rooms has an astonishing scale. Trios of steps tried to lessen the grand size of the rooms. The bathrooms had the fittings set in each corner, to give somehow an apology for their inmensity, while the windows, turning the angles, swallowed the hilly landscape. Diagonal-crossed mirrors broke the ambiences in jagged geometries; neon-lined plafonds lead gazes and senses to the void. In a crazy game of crisscrossing cubic forms, the dynamical tension of space vaccuummed everything into the main balcony, supreme protagonist, palcoscenico, a nine meters suspended cantilever over the steep´s pendant. "Not yet, my love, not yet." And S. Monzeglio pulled from the white hands of his beloved, white as mascarpone, white as fior di latte, white as the villa he had built just for her: "Now!"

And she opened them. And saw how under her feet also opened the enormous void of the Caracas valley. Throwing a desperate scream of terror, she liberated from Monzeglio
´s arms, and, running madly, she disappeared, escaping down the stairs, forever.

Forever, don Arístides!

señora Gómez

6 comentarios:

  1. Ha sido un relato trepidante; una prosa exquisita; escenografìa metoculosa, corpòrea y alucinante.

    Ya habìa experimentado algo de esto, en un video de la Creole Petroleum Company (1956) que rueda amablemente en YOUTUBE. Pero este relato; este regalo hecho letras me induce a atisbar; lo suculento de los textos que encontrarè en este escondido blog.

    A su autor (s) muchas gracias.




    Beny.

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  2. Apreciado Benedetto,
    Grazie!
    Saludos,
    Hannia
    FUNDACION DE LA MEMORIA URBANA

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  3. El ingeniero civil de quien hacen referencia, fue mi papá..! Vicente Barrera Salazar.

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  4. que interesante...EXCELENTE, el tipo de historias donde nunca quiero conseguirme con el punto y final.

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  5. Apreciado Vicente Barrera,
    Gracias por su mensaje. En efecto, así es! Recordamos su nombre de haberlo leído en los planos de la casa. Luego aprendimos también quien fue el arquitecto, Antonio Montini Foschi. Saludos, Hannia FUNDACION DE LA MEMORIA URBANA

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